Hay quien dice que el cambio climático es mentira. Hay quien acusa a la especie humana del 100% de la responsabilidad y hay quien incluye otras muchas variables. Hay quien considera que con un cambio de hábitos podemos frenarlo. Y hay quien lo da todo por perdido y sálvese quien pueda.
Es complejo ser radical en la vida pero más aún serlo en un fenómeno global como el cambio climático donde es cierto que hay demasiadas variables a considerar. Que tenemos parte de culpa yo diría que es cierto. Que la responsabilidad individual es muy pequeña en comparación con la responsabilidad como estructura social también es un debate interesante.
El método científico nos enseña a buscar la verdad o la “mayor verdad” en cada premisa. En los libros de texto de las niñas y niños pone cosas como que “el cambio climático produce cambios visibles en los espacios naturales”. ¡Aja! ¿y eso cómo lo pueden ver las niñas y niños?
Si seguimos sin sacarles al mundo exterior y ver que dónde antes había un cauce ahora no lo hay o analizar porqué cierta vegetación de montaña ahora crece “más arriba” no podrán ser capaces de buscar modelos de verificación.
Por tanto, si un día en un libro de texto pone “el cambio climático es un grupo musical” lo escupirán en un examen sin pararse un segundo a reflexionar sobre la frase.
Un lugar que invita a la curiosidad sobre este fenómeno y que genera ese ¡halaaa! que despierta a nuestras neuronas es el humedal conocido como Las Tablas de Daimiel. Menudo descubrimiento de nuestro viaje por Castilla la Mancha.
Este espacio natural fue declarado Parque Nacional en el año 1973, Reserva de la Biosfera en el 1981 e incluido dentro del Convenio Ramsar en el año 1982.
En resumen, que es un sitio “a preservar”. ¿Y por qué? Porque es el último representante en España de un ecosistema denominado tablas fluviales. Este fenómeno se produce por el desbordamiento de los ríos Guadiana y Gigüela, favorecido por la escasez de pendiente en el terreno.
Con su declaración como Parque Nacional se dio un gran paso en la conservación de uno de los ecosistemas más valiosos de nuestro planeta, asegurando así, la supervivencia de la avifauna que utiliza estas zonas como área de invernada, mancada y nidificación.
Pero, ya sabéis, no todo el monte es orégano. Además de fauna, que es un regalo observar, hay otro componente muy especial: la turba.
La turba es el sedimento principal que rellena el interior del Parque. Es un material de color oscuro, prácticamente negro, con un aspecto poco consistente y que en ocasiones desprende un olor desagradable. Una “joyita”.
Este depósito formado por restos orgánicos vegetales se acumula a un ritmo de 20.000 a 40.000 toneladas cada año dependiendo de la aridez climática.
¿Y esto qué me importa? puedes pensar. Pues las turberas son en sí mismas ecosistemas vitales para combatir el cambio climático (si crees que existe, claro).
Estos ecosistemas ocupan el 3% de la superficie terrestre del planeta pero contienen casi un 30% del CO2 del suelo. Dicen los especialistas que “se calcula que el volumen de carbono acumulado en las turberas de todo el mundo es comparable al total que hay en la atmósfera e incluso supera la cantidad almacenada en todas las masas forestales del planeta”. ¡Toma ya!
Peroooo… ya te he dicho que no todo el monte es orégano… la parte mala es que las turberas sin el nivel adecuado de agua pueden sufrir combustiones. Si el nivel hídrico desciende, el suelo se agrieta y la materia orgánica acumulada durante miles de años bajo el agua puede entrar en contacto con el oxígeno del aire dando lugar a una reacción química. Esta reacción aumenta la temperatura del material hasta más de 200 grados, 220 grados exactamente. Y en ese momento surge la primera chispa que genera un incendio subterráneo. Este fuego subterráneo es misterioso y no da la cara fácilmente. Solo cuando hay una grieta pueden aparecer fumarolas.
¿Te flipa o no te flipa?
Es decir, que uno de los ecosistemas más importantes como las turberas para combatir el cambio climático puede desaparecer ante la imposibilidad de retener el agua superficial que pudiera llegar a Las Tablas. Si el agua no llega (otra vez por el cambio climático) no hay humedal. Si no hay humedal no se destruye un solo ecosistema de avifauna sino que también desaparecen las turberas. Y vuelta a empezar… como en un “ciclo sin fin” que ya cantaban en el Rey León.
Dime ahora que no estás haciendo la mochila-maleta-bolsadeplástico para ir a ver las Tablas de Daimiel.
Dime que no te flipa contarles a tus peques que mientras estáis prismáticos en mano buscando animalejos pueden tener un incendio enorme debajo suyo.
Dime que no estás deseando leer más y más sobre esto.
Dime que no estás alucinando de pensar que puedes pasear por encima de las pasarelas de las Tablas de Daimiel y vivenciar el cambio climático sin documental alarmista en una pantalla.
Si la respuesta es “no es para tanto” revisa no se te hayan incendiado las neuronas fresquitas y no te has dado cuenta.
FELIZ VIAJE AL CAMBIO CLIMÁTICO (o no tan feliz)