A VECES NO HAY TÍTULO... Y ESTÁ BIEN

A VECES NO HAY TÍTULO... Y ESTÁ BIEN

Vivimos en un universo en expansión constante. Movimiento infinito. Cruzarte con alguien especial es fruto de una casualidad tal que la mejor manera de celebrarlo es compartir. Bienvenida a esta casa virtual Isabel Lara. 

Activo el GPS mientras miro de reojo acercarse a una gaviota vestida de blanco inmaculado.

Apenas ha amanecido, pero me he despertado más pronto de lo habitual, y ya que el mar se encarga de hacer que la temperatura sea agradable, decido empezar la jornada acompañada de un cielo que reúne tantos tonos de naranjas diferentes que bien podría ser la envidia de cualquier pintor.

Reviso una vez más todo el equipaje, comprobando de la manera mecánica que da la costumbre de la repetición, que las cintas elásticas anclan a la perfección la tienda de campaña y la esterilla al porta bultos, y ajusto las correas de las alforjas ganando milímetros a cambio de saber que todo está bien sujeto. Soy consciente de que porteo demasiado peso, pero la tranquilidad de poder dormir en la naturaleza cuando el sol se reúne con el horizonte, sin verme obligada a avanzar hasta la población más cercana, o no tan cercana, hace que merezca la pena.

Me subo a la bici mientras me despido del que ha sido mi hotel esta noche, lanzando un: ¡Gracias! al aire para este pinar que me ha regalado descanso y silencio.

Avanzo durante los primeros kilómetros por un sendero desdibujado por la maleza. Los helechos y el tojo todavía dejan ver el camino, pero amenazan con hacerse dueños en cuanto lleguen las lluvias.

Enseguida aparecen las bajadas que me acercan al mar y las subidas de gran pendiente que me llevan a las mejores vistas de la accidentada costa gallega.

Hago una parada para contemplar la lucha incesante del mar con las rocas, el ansia con en el que llegan las olas a la costa para repartir su espuma en cada choque contra los acantilados.

Mi respiración se acompasa al ritmo de los vaivenes del mar, y mientras inhalo largo y profundo con una sonrisa, exhalo como si no quisiera dejar escapar el aire de mis pulmones y los ojos se me llenan de esta belleza atónita que conmueve.

Continuo la subida con la sensación de insignificancia que da la inmensidad de la naturaleza, y el camino se ensancha para llevarme hacia el interior atravesando un bosque de eucaliptos.

El olor me traslada a los campamentos de verano a los que acudí en mi niñez dos años seguidos en el sur de Galicia. Me relajo y me sumo en mis pensamientos mientras sigo pedaleando.

Nos dijeron que estábamos hechos de carne y hueso, y yo lo creí. Ahora sé que esa definición no es del todo exacta. Estamos hechos de aprendizaje, de cicatrices, de ensayo-error y de experiencias.

Por eso no hay dos cuerpos iguales, ni por dentro ni por fuera. El mío pasó un tiempo en letargo, con su carne y su hueso y muy poquito de esto y muy poquito de aquello.

Pero ahora soy consciente del alimento que le doy para que nunca deje de crecer y siempre tenga suficiente de esto y de aquello. Y también de cuando necesita ayunar para que lo último que ha recibido se asimile bien, cada nutriente donde corresponda, reposando, cicatrizando.

No planifico los menús, y dejo que la vida me sorprenda como a un Homo Sapiens que sale de caza o recolección. No elige lo que va a encontrar, sino que vive en estado receptivo y aprovecha los recursos que le ofrece el bosque.

Observo, agradezco, me nutro y sigo creciendo.

Me hago grande superando el miedo a las bajadas, la incertidumbre ante las nubes que amenazan tormenta, gestionando el cansancio e inventando soluciones para los imprevistos que quieren ponerlo todo patas arriba.

A lo lejos aparece el imponente Faro de Punta Nariga que devuelve mi atención a las piedras que desfilan silenciosas debajo de mis ruedas.

El agua y el viento se han encargado de llenar de magia el lugar, con formaciones rocosas que dejan volar mi imaginación.

El libro que me acompaña en la alforja es “El clan del oso Cavernario” de Jean M. Auel, y es por ello que veo marcas de Neandertales y arañazos de leones de las cavernas en cada uno de esos pedruscos.

Lo considero un juego que alimenta la creatividad y mantiene mi cerebro activo. Igual que cuando veo manchas en la lejanía que mi agudeza visual no me permite distinguir de que se tratan, y decido inventarme el animal. Y si tiene que ser un adorable y sonriente cerdito color rosa palo con pequeñas alas saliéndole de la espina dorsal, pues que sea.

Compruebo en el GPS los kilómetros recorridos y me parece increíble que lleve encima de la bici casi cinco horas. Me cuesta entender, como cuando comienza el día, soy capaz de mirar los kilómetros hasta 10 veces en sólo 10 minutos sin ver avanzar el contador, y que la siguiente vez que lo haga haya superado la distancia de una maratón. Lo interpreto como una señal de que disfruto con lo que hago, y que es aquí donde tengo que estar y no en otro lugar.

Viajar de esta manera espartana me hace vivir intensamente, enfrentarme a hechos esenciales, con el objetivo de comprobar si hay cosas que la vida me ha de enseñar y estando en mi casa me las estaba perdiendo. Con simplicidad, poco equipaje, haciendo dos comidas al día, durmiendo en el frio y duro suelo, y comprobando que no siento incomodidad con ninguna de estas cosas. He descubierto emplazamientos inmejorables para una casa, alejados de las ciudades, pero con todo lo necesario para sentirme plena, porque me creo rica sabiendo que puedo prescindir de mucho.

Continuo mi camino, sin perder de vista el mar, porque cíclico es el ritmo de mi pedaleo, como lo son las mareas.

GRACIAS POR COMPARTIR CAMINO ISA.

"Si usted me conoce basado en lo que yo era hace un año, usted ya no me conoce. Mi evolución es constante. Permìtame presentarme de nuevo"
Oscar Wilde
Escritor, poeta, dramaturgo